¿Qué transformaciones sufrió
el Ecuador después de la Batalla de Pichincha?
Recuento de Palabras: 5729
1.
INDICE
Resumen…………………………………………………… 2
Índice………………………………………………………. 2
Introducción……………………………………………….. 2
Sección
Principal o Cuerpo……………………………… 6
Conclusión………………………………………………… 21
Referencia
Bibliográfica………………………………….. 21
11.
RESUMEN
La batalla de
Pichincha se realizó el 24 de mayo de 1822 entre las fuerzas patriotas
comandadas por Antonio José de Sucre y las tropas realistas encabezadas por
Melchor Aymerich. El choque se produjo en las faldas del volcán Pichincha, en
Quito, actual Ecuador.
El
ejército patriota estuvo conformado por 2900 hombres, la mayoría gran
colombinos (batallones Paya, Magdalena y Yaguachi) y peruanos (batallones
Trujillo y Piura). También hubo ingleses y argentinos. Los realistas contaban
con 3000 soldados.
Sucre
había llevado sus tropas desde Guayaquil hasta Quito, con el objetivo de
expulsar a los españoles de esta ciudad. Después de muchas penurias llegó a las
faldas del volcán Pichincha el 23 de mayo de 1822. En la noche ordenó el
ascenso y al amanecer del 24 de mayo habían ganado buena altura. Pero los españoles los divisaron y escalaron
el volcán para enfrentarlos.
En
el violento choque los batallones patriotas combatieron con bravura, pero
tenían escasas municiones y sufrieron muchas bajas por el fuego enemigo. Cuando
parecía que el triunfo se inclinaba a favor de los españoles, apareció en las
alturas el batallón Albión (ingleses), con municiones y refuerzos. Los
patriotas volvieron a la carga y lograron desbaratar y poner en fuga a los
enemigos.
La
victoria patriota en Pichincha permitió la liberación de Quito y su anexión a
la República de Gran Colombia, cuyo presidente era don Simón Bolívar. El
Libertador hizo su ingreso triunfal a Quito el 16 de junio de 1822.
2.
INTRODUCCION
La
intervención napoleónica en la península ibérica convirtió a las autoridades de
los virreinatos y audiencias en representantes del usurpador. Así surgió en
América la idea de sustituirlas por juntas, integradas por criollos que
gobernarían a nombre del “monarca legítimo”. En Quito fue develado un intento
de este tipo en 1808. Sin desanimarse por el fracaso, los conspiradores
formaron la Junta Soberana que se hizo cargo del mando el 10 de agosto de 1809.
El marqués de Selva Alegre fue nombrado Presidente. En el hecho se destacó la
acción de Morales, Quiroga, Riofrío, Ante y de doña Manuela Cañizares. La vida
de la Junta fue precaria.
El
apoyo esperado de Cuenca, Guayaquil y Pasto no pudo conseguirse. Las
autoridades españolas controlaron la situación. La milicia quiteña no logró
atraer a los grupos populares y no alcanzó un nivel aceptable de organización.
El virrey de Lima envió una fuerza militar que cercó Quito. El de Bogotá
dispuso la invasión por el norte. Débil y vencida, la Junta Soberana se disolvió.
Las autoridades españolas ofrecieron en principio “perdón y olvido”, pero
apresaron a cerca de una centena de revolucionarios y los castigaron con
sentencias de muerte y expulsiones. Como reacción, el 2 de agosto de 1810 el
pueblo de Quito se lanzó a la toma de prisiones y cuarteles.
Éste
fue pretexto para que las tropas realistas hicieran una carnicería. La llegada
a Quito de Carlos Montufar, hijo del marqués de Selva Alegre, como comisionado
regio del Consejo de Regencia español, motivó la formación de una nueva Junta
de Gobierno en la que Montufar tuvo gran influencia. Un congreso expidió los
Artículos del Pacto Solemne de Sociedad y Unión entre las Provincias que forman
el Estado de Quito. Esta primera carta constitucional reconocía como monarca a Fernando
VII y establecía división de poderes, gobierno electivo, representativo y
responsable, y alternabilidad en las funciones públicas. Esta Junta también
duró poco. Fue vencida por las fuerzas españolas. A finales de 1812, el país
estaba de nuevo firmemente controlado.
Los
protagonistas del proceso fueron poderosos latifundistas, para cuyo manejo
político la burocracia española era un impedimento. Una vez instalados en el
mando, suprimieron las contribuciones de los blancos, manteniendo las de los
indios, e hicieron desaparecer la constancia de las cuantiosas deudas que
habían contraído con la Corona por compra de tierras. Los notables criollos
fueron los usufructuarios de la libertad. Pero no es posible entender el sesgo
ideológico del proceso sin la participación de intelectuales venidos de las
capas medias, los “radicales” de la causa, como Morales y Quiroga. El fracaso
militar de la Junta Soberana se ha adjudicado a la poca respuesta popular que
logró el movimiento. El pueblo se dio perfecta cuenta de que esa libertad no le
beneficiaba.
Solo
cuando la dirigencia insurgente logró imponer su propia visión de la
independencia como necesidad general, obtuvo cierta movilización de artesanos y
pequeños propietarios, que emprendieron acciones insurgentes como la del 2 de
agosto. El triunfo realista (1812-1820) De 1812 hasta 1820 se vivió una tensa
calma en la Audiencia de Quito. En España se precipitaban los acontecimientos.
Vuelto Fernando VII al trono, desconoció la Constitución de Cádiz e inició un
gobierno autocrático, reaccionario y represivo. Esto se hizo sentir en América.
Dejando de lado cualquier avance constitucionalista o autonomista, el Rey
intentó volver a las colonias a la situación anterior a las guerras
napoleónicas. Esto precipitó la ruptura. Durante la segunda década del siglo
XIX, los impulsos independentistas fueron madurando en Guayaquil.
El
respaldo a las autoridades realistas, que se dio frente a los movimientos de
Quito (1809-1812), dio paso a la demanda por la total autonomía. Las acciones
contra el puerto, por parte de los marinos ingleses al servicio de la
independencia del Cono Sur, demostraron que los españoles carecían de los
recursos necesarios para defender Guayaquil, cuya vida estaría cada vez más a
merced de las fuerzas navales insurgentes. El hecho pesó en una ciudad liderada
por comerciantes, a la que llegaban regularmente noticias de los triunfos de
Bolívar y de San Martín. La campaña definitiva (1820-1822) Los notables
guayaquileños proclamaron su independencia el 9 de octubre de 1820. José
Joaquín de Olmedo fue la figura del pronunciamiento. Junto a él estuvieron,
entre otros, Febres Cordero, el jefe militar; Escobedo, Jimena, Roca y
Espantoso, que formaron parte de las juntas, Provisional y Suprema, que se
sucedieron en el mando.
El
ejemplo porteño impulsó varios movimientos en el interior. El más importante
fue el de Cuenca, que proclamó su independencia el 3 de noviembre de 1820. Una
de las primeras acciones de Guayaquil independiente fue intentar liberar al
resto de la Audiencia. Luego de algunos éxitos, el ejército guayaquileño sufrió
derrotas que lo obligaron a replegarse. En estas circunstancias se recibió el
refuerzo enviado desde Colombia por Simón Bolívar, que destacó a su mejor
general, el venezolano Antonio José de Sucre, para que dirigiera las
operaciones. Además del encargo militar, Sucre traía la comisión de gestionar
la anexión de Guayaquil a Colombia, pero la resistencia obligó a postergarla.
Luego de un primer intento no exitoso, Sucre logró seguir a la Sierra y llegar
cerca de Quito. En la mañana del 24 de mayo de 1822 derrotó a los realistas en
las faldas del volcán Pichincha.
Esa
batalla definió el curso de la independencia de lo que hoy es Ecuador. Quedó
pendiente en el Sur la independencia de Perú. Después del fracaso de los
intentos iniciales, la independencia de lo que hoy es el Ecuador solo pudo
concretarse cuando las élites ampliaron la base social de las fuerzas
insurgentes con la convocatoria a otros sectores sociales, y cuando se recibió
la ayuda de Colombia. Es decir, el proceso logró ser exitoso cuando convocó a
los actores populares de apoyo, y cuando se integraron los esfuerzos de
diversos ámbitos coloniales contra las fuerzas metropolitanas. Fue una acción
de dimensiones continentales. La guerra se levantó desde Venezuela, Nueva
Granada y Quito, y también desde Buenos Aires y Chile, para confluir en el
Perú.
3.
SECCIÓN
PRINCIPAL O CUERPO
EL ECUADOR EN COLOMBIA
El
proyecto bolivariano Luego de la victoria, los notables quiteños resolvieron la
anexión del distrito a Colombia. Cuenca había hecho otro tanto semanas antes.
En Guayaquil, en cambio, hubo resistencias para dar ese paso. Bolívar tuvo que
usar la fuerza para conseguirlo. Así, lo que hoy es Ecuador quedó integrado a
Colombia con el nombre de Distrito del Sur que, a su vez, fue dividido en tres
departamentos que seguían las antiguas unidades regionales con capitales en
Quito, Guayaquil y Cuenca.
La
República de Colombia había sido fundada en 1819, en plena guerra
independentista, como una unión de Venezuela y Nueva Granada, con la
expectativa de que también se uniera Quito, como en efecto sucedió. Era un
intento de crear un gran país, que sería un referente continental. El general
Simón Bolívar fue elegido presidente de la República. Pero justamente por las
urgencias de la campaña, no pudo ejercer el mando, que quedó en manos del
vicepresidente Francisco de Paula Santander, que imprimió en su administración
un sesgo liberal. Organizó juntas de protección de la agricultura y el
comercio, impulsó una política librecambista, declaró ilegal el trabajo
gratuito de los indígenas, estableció un salario mínimo, impuestos directos e
impulsó seriamente la abolición del tributo indígena. Esta política lo puso en
conflicto con los grandes latifundistas.
Con
el tiempo se enfrentó a Bolívar, que pugnaba por mantener la unidad de Colombia
e impulsar la integración de las nuevas repúblicas americanas. Por algunos
años, Bolívar dirigió la guerra y gobernó el Perú. Además de las cuestiones
peruanas, le preocupó entonces su plan de convocar un gran congreso en Panamá
para gestar la unión de los países hispanoamericanos. También propuso un
proyecto de Constitución para Bolivia, que se había creado en su homenaje. En
1826 estaba ya de vuelta en Bogotá y asumió la Presidencia de Colombia. Pero la
tarea le resultó muy difícil por las fuerzas de dispersión y por las
conspiraciones, inclusive las de su Vicepresidente. Sus enemigos lo combatieron
sin tregua y hasta intentaron asesinarlo. En una ocasión lo salvó de la muerte
su compañera quiteña Manuela Sáenz. Los conservadores se agruparon alrededor de
Bolívar, en tanto que Santander congregaba a los liberales y partidarios del
federalismo. Luego de su experiencia en Perú y frente a la situación de
Colombia, el Libertador agudizó su tendencia centralista.
El
temor de la movilización popular, la liberación de los esclavos, la integración
de los pardos y del federalismo llevaron a Bolívar a posturas godas,
centralistas y conservadoras. “No aspiremos a lo imposible –insistía– no sea
que por elevarnos sobre la región de la libertad, descendamos a la región de la
tiranía. De la libertad absoluta se desciende siempre al poder absoluto”. En su
propuesta de Constitución para Bolivia proponía un presidente vitalicio, senado
hereditario y otras instituciones cercanas a la monarquía. Bolívar vio que se
resquebrajaba la unidad de Colombia y asumió la dictadura. Pero esto agudizó
las tensiones y la dispersión. Venezuela se separó de Colombia. Al fin, en 1830
el Libertador renunció al poder. En poco tiempo se enteró que el Mariscal Sucre
había sido asesinado (4 de junio). El 17 de diciembre murió camino al exilio.
La
gran República que creó se había disuelto. Hacia la separación del Sur La etapa
gran colombiana fue de gran agitación para el Distrito del Sur. La guerra de
emancipación del Perú absorbió enorme cantidad de sus recursos, hasta que
culminó la campaña en Ayacucho en 1824. El actual Ecuador llegó a pagar por esa
guerra tres veces más que el resto de Colombia. En 1829, cuando las tropas
peruanas invadieron el país por el sur, el Mariscal Sucre fue encargado de la
defensa y venció al ejército invasor en Tarqui (27 de febrero). También en ese
caso, los Departamentos del Sur sufrieron la carga más pesada del esfuerzo
bélico. Se firmaron acuerdos de paz y, posteriormente, un tratado con
limitación de fronteras, pero el conflicto territorial quedó pendiente. Al fin,
en 1830, cuando la Gran Colombia estaba ya virtualmente disuelta, el Distrito
del Sur se separó para formar un Estado autónomo.
Los
latifundistas quiteños resistieron las políticas de Santander, especialmente
las medidas librecambistas que perjudicaban la producción textil, y las
reformas igualitarias que afectaban la estructura jerárquica corporativa, tan
acentuada en la sociedad quiteña. Por ello, los notables de Quito aceptaron
entusiasmados la idea de la dictadura de Bolívar. En Guayaquil, los
terratenientes y comerciantes del puerto, reticentes en principio a la anexión,
encontraron que las políticas de Santander les favorecían. Por ello mantuvieron
su lealtad a Colombia mientras en Quito había agitación. Pero cuando cayeron
las exportaciones al final de los años veinte, y se reactivaron vínculos de
comercio con Lima, las tendencias autonomistas renacieron.
Las
rebeliones de esclavos los llevaron a pensar en la necesidad de mayor
represión. Cuenca también experimentó una reactivación del comercio con Perú.
Esto reafirmaría sus reivindicaciones de autonomía. Por motivaciones diversas y
hasta contradictorias, las élites dominantes regionales del Distrito del Sur
fueron llegando al rompimiento con Colombia. Cuando se trata de explicar la
desmembración del gran país ideado por Bolívar resulta claro que, al conflicto
de intereses entre oligarquías regionales, se unió la inexistencia de una clase
social con capacidad para llevar adelante un proyecto nacional que fuera más
allá de las presiones localistas y regionales. A estas causas de dispersión
interna se sumó la política de debilitamiento de las potencias capitalistas
interesadas en que no se consolidara un gran Estado, sino unidades políticas
pequeñas, débiles y manejables. SALVAT
EDITORES (1980).
EL NACIENTE ECUADOR
El
13 de mayo de 1830 las corporaciones y padres de familia de Quito resolvieron
“Constituir un Estado Libre e Independiente, con los pueblos comprendidos en el
Distrito del Sur y los más que quieran incorporarse, mediante las relaciones de
naturaleza y de recíproca conveniencia”. Semanas después, en agosto, se reunió
en Riobamba la primera Asamblea Constituyente. Uno de los problemas que
afrontaron los “padres de la Patria” fue cómo bautizarían al nuevo país. El
tradicional nombre de Quito, herencia indígena mantenida por la Real Audiencia,
despertó resistencia entre los representantes guayaquileños y cuencanos. En
aras de la unidad se resolvió llamar al nuevo Estado como lo habían hecho los
sabios franceses que lo visitaron años atrás para hacer estudios sobre la línea
equinoccial.
De
este modo nació el Ecuador. La característica del país en su nacimiento fue la
regionalización. Tres espacios que habían prevalecido en el último período
colonial se consolidaron. La Sierra centro-norte, con su eje Quito, retuvo la
mayoría de la población y la vigencia del régimen hacendario. La Sierra sur,
nucleada alrededor de Cuenca, tuvo una mayor presencia de la pequeña propiedad
agrícola y la artesanía. La cuenca del río Guayas, con su centro en Guayaquil,
experimentó un acelerado crecimiento del latifundio cada vez más vinculado a la
exportación, y sufrió una declinación de la pequeña propiedad agrícola. Estas
regiones mantenían precarias relaciones entre sí.
Cada
cual estaba vinculada económicamente al sur de la actual Colombia, al norte del
Perú o a la costa pacífica, pero no constituían entre ellas un mercado que las
articulara. Las guerras de la independencia deterioraron los frágiles vínculos
económicos y sociales entre las regiones y redujeron el comercio internacional
que, con la ruptura colonial, fue orientándose cada vez más hacia las potencias
capitalistas, especialmente a Gran Bretaña, que luego de las dos primeras
décadas de la República se constituyó en la principal contraparte comercial. El
desarrollo del comercio externo aceleró el crecimiento poblacional y económico
de la Costa, pero al principio no logró articular toda la economía del país.
Eso
sucedería en las décadas finales del siglo XIX. Ecuador nació dominado por los
grandes latifundistas, señores de la tierra que controlaban el poder regional.
La mayoría de la población eran campesinos indígenas, sujetos a la hacienda por
el concertaje. En algunos lugares de la Sierra y Guayaquil se mantenía la
esclavitud de los negros y la pequeña propiedad campesina, así como relaciones
de corte pre capitalistas denominadas precarias. En las ciudades, concentradas
en su mayoría en la Sierra, vivían grupos de artesanos y pequeños comerciantes
con una cúpula de burócratas, clérigos y propietarios rurales. Las primeras
décadas de la República fueron de inestabilidad y desarticulación. El control
terrateniente reemplazó a la autoridad metropolitana y se desplazó a instancias
regionales y locales, asentadas en el régimen hacendario.
Los
latifundistas, sin embargo, no pudieron unificar a la comunidad cultural y
social de los ecuatorianos, y se consolidó una ruptura entre las clases
dominantes criollas y el pueblo. Se mantuvo el control oligárquico por medio de
una votación restringida de tipo censatario que excluía a las mujeres, los
analfabetos (que eran la mayoría) y los no propietarios, del mantenimiento de
mecanismos de represión y manipulación ideológica de los campesinos y
trabajadores urbanos. Con la fundación de la República surgió un Estado
Nacional débil y excluyente, cuyo conflictivo proceso de construcción se ha
extendido hasta nuestros días. Los latifundistas impusieron su visión de
continuidad hispánica y ruptura con la mayoría del pueblo. Hasta fines del
siglo XIX prevaleció un proyecto nacional criollo, limitado y excluyente, que
no pudo expresar a la mayoría de la población. La naciente república surgió
sobre bases de dominación económico-social de los indígenas, campesinos
mestizos y grupos populares urbanos.
Por
ello, el largo proceso de construcción nacional no ha estado exento de
conflictos. No solamente de aquellos que enfrentan a los detentadores del
poder, del control de la economía y la sociedad toda, con las mayorías de
trabajadores sujetos a explotación; sino también los que expresan las contradicciones
regionales o la dominación racista sobre los pueblos indígenas y negros.
Periodización de la República Cuando nació el Ecuador, como hemos visto, la
economía del país estaba profundamente regionalizada. Predominaban varias
formaciones económico-sociales regionales precariamente relacionadas entre sí,
merced a la existencia de un Estado central y unas relaciones de intercambio
muy débiles. Como ha sido frecuente en la realidad latinoamericana, en cada una
de las regiones coexistían relaciones productivas de diverso origen histórico y
de distinto carácter, que incluían dentro de las haciendas el concertaje y
otras formas de corte servil y pre capitalista, junto a la pequeña producción
rural y artesanal, e inclusive algunas relaciones salariales más modernas.
La
Independencia se produjo en una etapa de consolidación del sistema capitalista
a nivel mundial. Pero el predominio capitalista dentro del Ecuador no se dio de
inmediato. Fue un proceso que abarcó casi un siglo. Por una parte, la
influencia del mercado mundial fue creciendo, hasta volverse determinante a
fines del siglo XIX con el auge de las exportaciones de cacao. De este modo
creció la economía, pero se volvió más dependiente del sistema internacional.
Por otra parte, las relaciones sociales capitalistas fueron también ampliándose
en la sociedad ecuatoriana, hasta que se volvieron dominantes ya en el siglo
XX, aunque se mantuvieron rasgos serviles y pre capitalistas fuertes, así como
notorias especificidades regionales.
Al
cabo de un primer período de fuerte regionalización, en el que solo tuvo
influencia parcial del mercado mundial, en las décadas finales del siglo XIX se
abrió un período nuevo en la economía del Ecuador de predominio capitalista y
de mayor integración regional. A inicios de los años veinte se dio la gran
crisis del modelo primario exportador, que se extendió hasta finales de la
década de los cuarenta en que el auge bananero reactivó el modelo, para
desembocar en una nueva crisis a inicios de los sesenta. Allí se abrió un nuevo
período que se configuró en la década siguiente, los setenta, con la
exportación petrolera.
Ese
período se extiende hasta el presente. En el estudio de la Época Republicana,
tomando en cuenta los hitos mencionados en la evolución económica y el
desarrollo del Estado Nacional, pueden establecerse tres grandes períodos: el
primero, desde la fundación hasta fines del siglo XIX, caracterizado por la
vigencia del proyecto nacional criollo; el segundo, desde el inicio de la
Revolución Liberal hasta los sesenta del siglo XX, en que el capitalismo
ecuatoriano funciona inserto en el sistema mundial y predomina el proyecto
nacional mestizo; y el tercero, desde los sesenta hasta nuestros días, en que
se abre paso un proyecto nacional de la diversidad. A su vez, en estos períodos
pueden distinguirse etapas o momentos diversos que se recogen en los acápites
que siguen.
LA SOCIEDAD Y EL PODER
Aunque
para el Ecuador la Independencia significó una seria ruptura y un rápido cambio
político, muchos rasgos de la sociedad colonial pervivieron más allá de la
fundación de la República. El fuerte sentido corporativo y estamentario
continuó sobre las fórmulas republicanas; se mantuvo la discriminación racial y
la exclusión de la mujer de la vida política. Los rasgos aristocratizantes
continuaron articulando las relaciones sociales, la cultura y la ideología.
Tradiciones paternalistas siguieron rigiendo las relaciones sociales. Solo el
paso del tiempo y el agudizamiento de la lucha social provocaron cambios significativos
posteriores. Desde el primer momento de la vida del Ecuador, se patentizó una
tensión y enfrentamiento entre las oligarquías regionales dominantes,
especialmente de la Costa y de la Sierra.
Desde
luego, ambas tenían intereses comunes pero también existían muchos motivos de
tensión, como el control de la mano de obra, siempre escasa en el litoral; y la
mantención de medidas aduaneras proteccionistas que defendían la producción
textil serrana, pero limitaban el comercio. El conflicto irresoluto convirtió
al ejército (controlado por los veteranos de la Independencia) en árbitro de la
lucha por el poder. Alrededor de sus jefes se generaron las alianzas
caudillistas de la época. En la organización del nuevo Estado, la mayoría de la
población quedó al margen de la participación política. Los congresos y órganos
del gobierno eran fruto de una participación electoral limitada al reducidísimo
grupo de notables propietarios. Detrás de las fórmulas republicanas sobrevivía
una sociedad jerarquizada, estamentariamente estructurada, en la que la
autoridad se justificaba por “derecho divino”.
Los
notables latifundistas se veían como continuidad hispánica y sostuvieron un
proyecto nacional criollo. Frente a un Estado central débil, las instituciones
del poder local y regional eran sólidas. La descentralización era la norma
prevaleciente. En las haciendas y los complejos productivos que funcionaban a
su rededor se daban muchas decisiones y hasta se mantenían prisiones privadas.
Las instituciones regionales, principalmente los municipios, controlaban la
educación inicial, servicios, obras públicas, beneficencia y administración de
justicia en primera instancia. Corporaciones autónomas que manejaban los
notables, cobraban impuestos. Al Estado central le quedaba el manejo del
Ejecutivo, las escasas relaciones internacionales, el Congreso, las altas
cortes, la fuerza pública, un reducido plantel burocrático y la recaudación de
algunas rentas. Los ingresos fiscales, provenientes en buena parte de la
“contribución” o tributo indígena, estancos y diezmos, se gastaban en el
mantenimiento del ejército, el clero y la alta burocracia.
La
Iglesia, heredera de su poder colonial, tanto económico como ideológico, siguió
inserta en el Estado republicano, que reclamaba sobre ella el derecho de
Patronato, o sea de controlar los nombramientos de la jerarquía, a cambio de
mantener a la religión católica como oficial y excluyente, financiando a sus
ministros y garantizando sus prerrogativas y propiedades. Esta situación se
volvió cada vez más conflictiva y desató varios enfrentamientos ideológicos y
políticos. Al ser reconocida como oficial la religión católica, la Iglesia
mantuvo bajo su control: el registro de nacimientos, matrimonios y muertes; el
púlpito, que era un medio generalizado de comunicación; y la mayor parte del
sistema educativo, por cierto muy precario y dedicado solamente a una porción
bajísima de la población.
La
mantención de la esclavitud de los negros y del tributo indígena hasta la
década de los cincuenta fue síntoma de la continuidad colonial en la relación
con los pueblos indios y afro ecuatorianos. Las comunidades vieron más que
antes invadidas sus tierras comunales y reforzadas los mecanismos de sujeción
al latifundio.
FUNDACIÓN DEL ESTADO (1830-1859)
Juan
José Flores, general nacido en Venezuela, que había desempeñado la función de
jefe del Distrito del Sur, fue designado presidente del nuevo Estado por la
Asamblea Constituyente de Riobamba. Una vez en el poder, Flores se dedicó a
consolidar una alianza de gobierno entre el tradicional gamonalismo
latifundista de la Sierra, al que se había vinculado por matrimonio, los terratenientes
de Guayaquil y los altos mandos del ejército, integrados en su gran mayoría por
extranjeros. El floreanismo, como se llamó popularmente a su clientela
caudillista, recogió la tradición conservadora del bolivianismo. Directa e
indirectamente controló Flores el gobierno desde 1830 a 1845.
En
1832 incorporó oficialmente las islas Galápagos al Ecuador. Su mandato se
caracterizó por la revuelta permanente, el desbarajuste administrativo, dos
guerras con Nueva Granada (como entonces se llamaba la actual Colombia) y el
abuso de los soldados, dueños del país. Ni el esfuerzo organizador y
sistematizador de Vicente Rocafuerte, que llegó a la Presidencia de la
República (1835-1839) mediante un pacto con su enemigo Flores, pudo superar
estas realidades. Cuando el caudillo se hizo elegir presidente por una segunda
y hasta tercera vez, y puso en vigencia la Carta de Esclavitud (1843), una
constitución que establecía la dictadura perpetua, la reacción nacional
acaudillada por la oligarquía guayaquileña lo echó del poder (1845).
Flores
pasó los años siguientes organizando invasiones al Ecuador con mercenarios
extranjeros al servicio de España y el Perú. En los primeros años de la etapa
“marcista” (llamada así porque la revuelta antifloreana fue en marzo de 1845),
gobernaron los civiles guayaquileños: Vicente Ramón Roca (1845-1849) y Diego
Noboa (1849-1850). Una de sus principales tareas fue enfrentar el peligro de
las invasiones de Flores. A inicios de los cincuenta, un nuevo conflicto de
poder no resuelto dio espacio para un nuevo arbitraje militar. El “hombre
fuerte” del ejército, general José María Urvina, fue proclamado dictador. Luego
fue elegido presidente constitucional por una nueva Asamblea Nacional
(1852-1856).
Urvina
consolidó la alianza entre la oligarquía latifundista y comercial costeña con
las Fuerzas Armadas, y llevó adelante un programa de corte liberal que promovió
la apertura económica y el comercio e incluyó la abolición de la esclavitud, la
supresión del tributo indígena y medidas a favor de los campesinos serranos.
Todo esto generó una feroz reacción del latifundismo tradicional que declaró la
guerra al urvinismo. Una desastrosa negociación de la deuda externa y el
intento de arrendar Galápagos a extranjeros fueron motivos para que la
oposición contra el general Francisco Robles, heredero de Urvina, adquiriera
fuerza. Diversas revueltas seccionales provocaron en 1859 una crisis de
disolución. En Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja se formaron gobiernos autónomos.
El
Perú ocupó varios territorios y bloqueó el Puerto Principal. Los países vecinos
negociaban la partición del país. Llegó un momento en que todo el sistema pudo
venirse abajo con el peso de las contradicciones entre las oligarquías
regionales. Luego del fracaso de varias alternativas, en las que se planteó
convertir al país en un “Protectorado” de Francia, la aristocracia quiteña, con
Gabriel García Moreno a la cabeza, ayudado por Flores, logró triunfar en la
Sierra, tomar luego Guayaquil y reconstituir el Estado ecuatoriano. MUÑOZ VICUÑA, ELÍAS (1976)
CONSOLIDACIÓN DEL ESTADO OLIGÁRQUICO
TERRATENIENTE (1860-1875)
Durante
tres lustros, de 1860 hasta 1875, la figura de García Moreno dominó la escena
nacional. Al margen del debate desatado alrededor de su compleja personalidad,
es preciso afirmar que las condiciones objetivas del país determinaron el carácter
básico de esta etapa, en la que se consolida el Estado Oligárquico
Terrateniente en el Ecuador. El incremento de las exportaciones de cacao y la
vinculación más estrecha del país al mercado mundial exigían un esfuerzo de
modernización y centralización que no podía llevarse adelante si las
oligarquías regionales no llegaban a un acuerdo que, sin abolir sus
contradicciones, estableciera ciertas reglas para el control del poder. García
Moreno fue la expresión de esta alianza entre fracciones de la clase dominante,
orientada a una racionalización de la estructura y una articulación de las
desparramadas regiones en cierto marco de unidad.
El
programa garciano refleja el carácter de esa alianza de consolidación estatal.
Mediante la renegociación de sistemas de la recaudación fiscal, se logró
centralizar y administrar con mayor eficiencia buena parte de las rentas
públicas. Con el impulso dado al desarrollo de los bancos, se controlaron las
emisiones monetarias, poniéndose, al mismo tiempo, las bases del endeudamiento
crónico con el sistema financiero. Las obras públicas se construyeron por
primera vez en forma planificada y su crecimiento fue notable. Se crearon
nuevas escuelas, colegios, institutos especializados y centros de educación
superior como la Escuela Politécnica Nacional. Se fundó el Observatorio
Astronómico.
El
ejército fue reorganizado y modernizado. En suma: el Ecuador comenzó a ser un
país organizado, mejor comunicado y con un creciente nivel de escolarización.
Pero estos cambios no podían efectuarse sin la protesta de grupos de la propia
oligarquía y fundamentalmente de sectores populares afectados por la
racionalización del sistema. Por eso, el programa garciano se llevó adelante
dentro de las condiciones de represión más duras que se hayan conocido en
nuestra historia. El fusilamiento, los azotes, la cárcel y la repatriación
fueron cosa de todos los días. Aún más, como el caudillo se dio cuenta de que
el apoyo de la Iglesia católica podría ser un instrumento de consolidación de
su programa, negoció con el Vaticano un Concordato que estableció el monopolio
del clero sobre la educación, la cultura y los medios de comunicación. Muchos
religiosos fueron traídos de Europa para llevar adelante un ambicioso programa
educativo y para “reformar”, en forma represiva, los conventos nacionales donde
se había refugiado la protesta. García Moreno gobernó al Ecuador entre 1860 y
1865.
Constitucionalmente
le sucedió Jerónimo Carrión, que, a pesar de ser hombre de su confianza, no
pudo mantener el régimen autoritario y fue forzado a renunciar. Su sucesor,
Javier Espinosa, tampoco pudo gobernar de acuerdo con los dictámenes garcianos
y fue derrocado por el propio García Moreno en 1869. En ese año se inició la
segunda administración del “hombre fuerte”, que se extendió hasta 1875. El
nuevo período comenzó con la aprobación de una Constitución de tipo confesional
excluyente (establecía que para ser ciudadano se requería ser católico) que
daba al gobernante poderes dictatoriales. Sus opositores la llamaron Carta Negra.
El régimen se asentó en el apoyo del clero, que tuvo su expresión más visible
en la consagración oficial de la República al Corazón de Jesús.
El
programa garciano descansó sobre una contradicción. Por una parte impulsó la
modernización y consolidación estatal, estimuló la producción y el comercio,
desarrolló la ciencia y la educación; por otra, impuso una ideología
reaccionaria excluyente y represiva, con la dictadura clerical terrateniente.
Así fue como todo el proyecto saltó en pedazos cuando García Moreno fue
asesinado el 6 de agosto de 1875. Y si bien durante un tiempo la tradicional
oligarquía serrana tuvo el control del poder, las reformas favorecieron, a la
larga, a la oligarquía costeña, en cuyo seno se iba definiendo una nueva clase,
la burguesía comercial y bancaria.
AUGE Y CAÍDA DEL ESTADO OLIGÁRQUICO
TERRATENIENTE (1875-1895)
Desde
los años setenta, y especialmente desde el inicio de los ochenta, el Ecuador
experimentó un acelerado crecimiento económico, debido fundamentalmente al gran
incremento de la producción y exportación del cacao. La fruta se había venido
produciendo tradicionalmente en plantaciones de la Costa, sobre todo del Guayas
y Los Ríos. Las plantaciones funcionaban a base del trabajo asalariado de
grupos de jornaleros, y de redentores, jefes de familia que cultivaban la fruta
en tierras del latifundista y le entregaban sus cosechas de cacao en pago de
una deuda. Esta relación de corte pre capitalista no solo permitía una
producción cacaotera abundante y barata, sino que ampliaba constantemente la
extensión de las plantaciones.
El
cultivo y la comercialización del cacao incrementaron el poder económico de los
terratenientes y de manera especial de los comerciantes y banqueros de
Guayaquil. Se establecieron varios bancos y casas de comercio. La ciudad creció
rápidamente. También se profundizó la inserción de la economía del país en el sistema
económico mundial. Los representantes del intercambio y el capital
internacional empezaron a interesarse en el Ecuador. La etapa comprendida entre
1875 y 1895 se desenvolvió en medio de repetidos intentos de superar la
contradicción entre poder político y poder económico, heredada del régimen
garciano. La oligarquía latifundista y su aliada la Iglesia, lucharon por
conservar el poder. Las élites guayaquileñas, en cambio, en la medida en que
consolidaban el control de la economía nacional, reclamaban mayor injerencia en
la dirección del país. Intentos por superar, o al menos equilibrar, este
conflicto se sucedieron en esos años.
Primero
un gobierno aperturista, luego la dictadura, y por fin una suerte de camino
medio, que terminó por fracasar. En 1875 fue electo presidente Antonio Borrero,
candidato de moderados y radicales frente al garcianismo sucesorio. Borrero
fracasó en la búsqueda de una salida para sustituir la Carta Negra. Ante esto,
la oposición encabezada por la oligarquía costeña promovió la dictadura del
general Ignacio de Veintemilla. Instalado en el poder, luego de vencer
militarmente la resistencia serrana, Veintemilla inició su gobierno con medidas
liberales que enfrentaron a la Iglesia. Tiempo después, ya elegido presidente
constitucional, cambió su actitud y realizó un gobierno oportunista y estéril,
que desperdició una coyuntura de particular auge económico. Cuando Veintemilla
concluyó su período y se lanzó a una nueva dictadura, una especie de cruzada
nacional –la Restauración– lo echó del poder.
En
el conflicto se destacó su sobrina Marietta de Veintemilla, una notable mujer.
Entonces se definieron las fuerzas políticas. El garcianismo se reorganizó como
amplia coalición cuando en 1883 se fundó la Unión Republicana. Empero, desde el
inicio se dio en ella una división entre los ultramontanos, que luego adoptaron
el nombre de Partido Católico Republicano, y los progresistas, de orientación
liberal católica. Las fuerzas liberales se bifurcaron también. De un lado
emergió la figura de Eloy Alfaro con su opción radical montonera; de otro se
estructuró una corriente moderada que en 1890 constituyó el Partido Liberal
Nacional. Así comenzaron las incipientes instituciones políticas en el país,
aunque la definición de los modernos partidos tomaría varias décadas.
Al
mismo tiempo, a finales del siglo XIX, la penetración de bienes importados
afectó al artesanado, que reactivó su presencia pública y constituyó
organizaciones que cumplirían un importante papel en la movilización popular.
Con el triunfo de José María Plácido Caamaño en la Constituyente de 1884, tomó
fuerza una alternativa tercerista, el progresismo, que favorecía la rápida
adaptación del país a las nuevas condiciones del sistema internacional,
evitando al mismo tiempo la separación de la Iglesia y el Estado. El gobierno
de Caamaño enfrentó la insurrección de las montoneras, realizó varias obras
públicas e impulsó la represión. En el de su sucesor Antonio Flores (1888-1892)
se aceleraron los cambios modernizadores y también los conflictos que
definieron la etapa: reforma del régimen bancario, sustitución del diezmo,
renegociación de la deuda externa, contratos ferrocarrileros.
En
esos años se inauguró el servicio de telégrafo. En el gobierno del último
progresista, Luis Cordero (1892-1895), la fórmula liberal-católica llegó a su
límite. La presión de conservadores y liberales quitó espacio a una alternativa
que no pudo afrontar las definiciones radicales. Cuando por un negociado de
Caamaño, entonces gobernador del Guayas y hombre fuerte del régimen, la
oposición acusó al gobierno de haber “vendido la bandera”, Cordero cayó.
Semanas después, el 5 de junio de 1895, se proclamó en Guayaquil la Jefatura
Suprema de Eloy Alfaro. Con ello se inició la Revolución Liberal. AYALA MORA, ENRIQUE (1994).
CONCLUCIÓN
·
Con esta Batalla se puso término al
colonialismo español en los territorios de la Presidencia de Quito.
·
Este triunfo permitió a futuro prestar un
gran contingente en las campañas de Perú y del Alto Perú (Bolivia).
·
A pesar de la victoria la amenaza realista
aún no había sido del todo desechada puesto que a pesar de la capitulación
firmada por el Mariscal Aymerich, existió
una predisposición por parte el Crnl. Basilio García para continuar con
la lucha desde Pasto.
·
Por fin llegó a Guayaquil el Libertador Simón
Bolívar quien se encargó de anexar a la Gran Colombia al puerto el 31 de Julio
de 1.822.
·
Finalmente luego de la batalla dejo en claro
el genio militar, la previsión estratégica y la gran capacidad de conducción de
las tropas por parte del Gral. Antonio José de Sucre, quien en la batalla de
Ayacucho sería confirmado como Gran Mariscal de Campo y en la que además se
lograría la liberación del Perú y el retiro definitivo del dominio colonial
español en nuestra América del Sur.
4.
REFERENCIA
BIBLIOGRÁFICA
·
Gonzalo
Bulnes, "Historia de la Expedición Libertadora del Perú: 1817-1822",
pág. 401
·
Documentos referentes a la creación de Bolivia: con un resumen de las
guerras de Bolívar. Volumen 1.
Vicente Lecuna, Comisión Nacional del Bicentenario del Gran Mariscal Sucre
(1795-1995
·
Salvat
Editores (Eds.), Historia del Ecuador, Vol. 5. Salvat
Editores, Quito, 1980.
·
Ayala Mora, Enrique (1994). Historia de la Revolución Liberal
Ecuatoriana. Quito: Corporación Editora Nacional - Taller de Estudios
Históricos (Tehis). ISBN 9978-84-201-2.
·
Hamerly, Michael T. (1973). Historia Social y Económica de la Provincia
de Guayaquil 1763-1842. Guayaquil: Publicaciones del Archivo Histórico
del Guayas.
·
Muñoz Vicuña, Elías (1976). La guerra civil ecuatoriana de 1895.
Guayaquil: Departamento de Publicaciones de la Universidad de Guayaquil.
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