domingo, 15 de enero de 2017

TRANSFORMACIONES QUE SUFRIO EL ECUADOR DESPUES DE LA BATALLA DEL PICHINCHA






¿Qué transformaciones sufrió el Ecuador después de la Batalla de Pichincha?








Recuento de Palabras: 5729


1.    INDICE
Resumen……………………………………………………                       2
Índice……………………………………………………….                       2
Introducción………………………………………………..                       2
Sección Principal o Cuerpo………………………………                       6         
Conclusión…………………………………………………                       21      
Referencia Bibliográfica…………………………………..                      21










11.    RESUMEN
La batalla de Pichincha se realizó el 24 de mayo de 1822 entre las fuerzas patriotas comandadas por Antonio José de Sucre y las tropas realistas encabezadas por Melchor Aymerich. El choque se produjo en las faldas del volcán Pichincha, en Quito, actual Ecuador.
El ejército patriota estuvo conformado por 2900 hombres, la mayoría gran colombinos (batallones Paya, Magdalena y Yaguachi) y peruanos (batallones Trujillo y Piura). También hubo ingleses y argentinos. Los realistas contaban con 3000 soldados.
Sucre había llevado sus tropas desde Guayaquil hasta Quito, con el objetivo de expulsar a los españoles de esta ciudad. Después de muchas penurias llegó a las faldas del volcán Pichincha el 23 de mayo de 1822. En la noche ordenó el ascenso y al amanecer del 24 de mayo habían ganado buena altura.  Pero los españoles los divisaron y escalaron el volcán para enfrentarlos.
En el violento choque los batallones patriotas combatieron con bravura, pero tenían escasas municiones y sufrieron muchas bajas por el fuego enemigo. Cuando parecía que el triunfo se inclinaba a favor de los españoles, apareció en las alturas el batallón Albión (ingleses), con municiones y refuerzos. Los patriotas volvieron a la carga y lograron desbaratar y poner en fuga a los enemigos.
La victoria patriota en Pichincha permitió la liberación de Quito y su anexión a la República de Gran Colombia, cuyo presidente era don Simón Bolívar. El Libertador hizo su ingreso triunfal a Quito el 16 de junio de 1822.
2.            INTRODUCCION
La intervención napoleónica en la península ibérica convirtió a las autoridades de los virreinatos y audiencias en representantes del usurpador. Así surgió en América la idea de sustituirlas por juntas, integradas por criollos que gobernarían a nombre del “monarca legítimo”. En Quito fue develado un intento de este tipo en 1808. Sin desanimarse por el fracaso, los conspiradores formaron la Junta Soberana que se hizo cargo del mando el 10 de agosto de 1809. El marqués de Selva Alegre fue nombrado Presidente. En el hecho se destacó la acción de Morales, Quiroga, Riofrío, Ante y de doña Manuela Cañizares. La vida de la Junta fue precaria.
El apoyo esperado de Cuenca, Guayaquil y Pasto no pudo conseguirse. Las autoridades españolas controlaron la situación. La milicia quiteña no logró atraer a los grupos populares y no alcanzó un nivel aceptable de organización. El virrey de Lima envió una fuerza militar que cercó Quito. El de Bogotá dispuso la invasión por el norte. Débil y vencida, la Junta Soberana se disolvió. Las autoridades españolas ofrecieron en principio “perdón y olvido”, pero apresaron a cerca de una centena de revolucionarios y los castigaron con sentencias de muerte y expulsiones. Como reacción, el 2 de agosto de 1810 el pueblo de Quito se lanzó a la toma de prisiones y cuarteles.
Éste fue pretexto para que las tropas realistas hicieran una carnicería. La llegada a Quito de Carlos Montufar, hijo del marqués de Selva Alegre, como comisionado regio del Consejo de Regencia español, motivó la formación de una nueva Junta de Gobierno en la que Montufar tuvo gran influencia. Un congreso expidió los Artículos del Pacto Solemne de Sociedad y Unión entre las Provincias que forman el Estado de Quito. Esta primera carta constitucional reconocía como monarca a Fernando VII y establecía división de poderes, gobierno electivo, representativo y responsable, y alternabilidad en las funciones públicas. Esta Junta también duró poco. Fue vencida por las fuerzas españolas. A finales de 1812, el país estaba de nuevo firmemente controlado.
Los protagonistas del proceso fueron poderosos latifundistas, para cuyo manejo político la burocracia española era un impedimento. Una vez instalados en el mando, suprimieron las contribuciones de los blancos, manteniendo las de los indios, e hicieron desaparecer la constancia de las cuantiosas deudas que habían contraído con la Corona por compra de tierras. Los notables criollos fueron los usufructuarios de la libertad. Pero no es posible entender el sesgo ideológico del proceso sin la participación de intelectuales venidos de las capas medias, los “radicales” de la causa, como Morales y Quiroga. El fracaso militar de la Junta Soberana se ha adjudicado a la poca respuesta popular que logró el movimiento. El pueblo se dio perfecta cuenta de que esa libertad no le beneficiaba.
Solo cuando la dirigencia insurgente logró imponer su propia visión de la independencia como necesidad general, obtuvo cierta movilización de artesanos y pequeños propietarios, que emprendieron acciones insurgentes como la del 2 de agosto. El triunfo realista (1812-1820) De 1812 hasta 1820 se vivió una tensa calma en la Audiencia de Quito. En España se precipitaban los acontecimientos. Vuelto Fernando VII al trono, desconoció la Constitución de Cádiz e inició un gobierno autocrático, reaccionario y represivo. Esto se hizo sentir en América. Dejando de lado cualquier avance constitucionalista o autonomista, el Rey intentó volver a las colonias a la situación anterior a las guerras napoleónicas. Esto precipitó la ruptura. Durante la segunda década del siglo XIX, los impulsos independentistas fueron madurando en Guayaquil.
El respaldo a las autoridades realistas, que se dio frente a los movimientos de Quito (1809-1812), dio paso a la demanda por la total autonomía. Las acciones contra el puerto, por parte de los marinos ingleses al servicio de la independencia del Cono Sur, demostraron que los españoles carecían de los recursos necesarios para defender Guayaquil, cuya vida estaría cada vez más a merced de las fuerzas navales insurgentes. El hecho pesó en una ciudad liderada por comerciantes, a la que llegaban regularmente noticias de los triunfos de Bolívar y de San Martín. La campaña definitiva (1820-1822) Los notables guayaquileños proclamaron su independencia el 9 de octubre de 1820. José Joaquín de Olmedo fue la figura del pronunciamiento. Junto a él estuvieron, entre otros, Febres Cordero, el jefe militar; Escobedo, Jimena, Roca y Espantoso, que formaron parte de las juntas, Provisional y Suprema, que se sucedieron en el mando.
El ejemplo porteño impulsó varios movimientos en el interior. El más importante fue el de Cuenca, que proclamó su independencia el 3 de noviembre de 1820. Una de las primeras acciones de Guayaquil independiente fue intentar liberar al resto de la Audiencia. Luego de algunos éxitos, el ejército guayaquileño sufrió derrotas que lo obligaron a replegarse. En estas circunstancias se recibió el refuerzo enviado desde Colombia por Simón Bolívar, que destacó a su mejor general, el venezolano Antonio José de Sucre, para que dirigiera las operaciones. Además del encargo militar, Sucre traía la comisión de gestionar la anexión de Guayaquil a Colombia, pero la resistencia obligó a postergarla. Luego de un primer intento no exitoso, Sucre logró seguir a la Sierra y llegar cerca de Quito. En la mañana del 24 de mayo de 1822 derrotó a los realistas en las faldas del volcán Pichincha.
Esa batalla definió el curso de la independencia de lo que hoy es Ecuador. Quedó pendiente en el Sur la independencia de Perú. Después del fracaso de los intentos iniciales, la independencia de lo que hoy es el Ecuador solo pudo concretarse cuando las élites ampliaron la base social de las fuerzas insurgentes con la convocatoria a otros sectores sociales, y cuando se recibió la ayuda de Colombia. Es decir, el proceso logró ser exitoso cuando convocó a los actores populares de apoyo, y cuando se integraron los esfuerzos de diversos ámbitos coloniales contra las fuerzas metropolitanas. Fue una acción de dimensiones continentales. La guerra se levantó desde Venezuela, Nueva Granada y Quito, y también desde Buenos Aires y Chile, para confluir en el Perú.
3.            SECCIÓN PRINCIPAL O CUERPO
EL ECUADOR EN COLOMBIA
El proyecto bolivariano Luego de la victoria, los notables quiteños resolvieron la anexión del distrito a Colombia. Cuenca había hecho otro tanto semanas antes. En Guayaquil, en cambio, hubo resistencias para dar ese paso. Bolívar tuvo que usar la fuerza para conseguirlo. Así, lo que hoy es Ecuador quedó integrado a Colombia con el nombre de Distrito del Sur que, a su vez, fue dividido en tres departamentos que seguían las antiguas unidades regionales con capitales en Quito, Guayaquil y Cuenca.
La República de Colombia había sido fundada en 1819, en plena guerra independentista, como una unión de Venezuela y Nueva Granada, con la expectativa de que también se uniera Quito, como en efecto sucedió. Era un intento de crear un gran país, que sería un referente continental. El general Simón Bolívar fue elegido presidente de la República. Pero justamente por las urgencias de la campaña, no pudo ejercer el mando, que quedó en manos del vicepresidente Francisco de Paula Santander, que imprimió en su administración un sesgo liberal. Organizó juntas de protección de la agricultura y el comercio, impulsó una política librecambista, declaró ilegal el trabajo gratuito de los indígenas, estableció un salario mínimo, impuestos directos e impulsó seriamente la abolición del tributo indígena. Esta política lo puso en conflicto con los grandes latifundistas.
Con el tiempo se enfrentó a Bolívar, que pugnaba por mantener la unidad de Colombia e impulsar la integración de las nuevas repúblicas americanas. Por algunos años, Bolívar dirigió la guerra y gobernó el Perú. Además de las cuestiones peruanas, le preocupó entonces su plan de convocar un gran congreso en Panamá para gestar la unión de los países hispanoamericanos. También propuso un proyecto de Constitución para Bolivia, que se había creado en su homenaje. En 1826 estaba ya de vuelta en Bogotá y asumió la Presidencia de Colombia. Pero la tarea le resultó muy difícil por las fuerzas de dispersión y por las conspiraciones, inclusive las de su Vicepresidente. Sus enemigos lo combatieron sin tregua y hasta intentaron asesinarlo. En una ocasión lo salvó de la muerte su compañera quiteña Manuela Sáenz. Los conservadores se agruparon alrededor de Bolívar, en tanto que Santander congregaba a los liberales y partidarios del federalismo. Luego de su experiencia en Perú y frente a la situación de Colombia, el Libertador agudizó su tendencia centralista.
El temor de la movilización popular, la liberación de los esclavos, la integración de los pardos y del federalismo llevaron a Bolívar a posturas godas, centralistas y conservadoras. “No aspiremos a lo imposible –insistía– no sea que por elevarnos sobre la región de la libertad, descendamos a la región de la tiranía. De la libertad absoluta se desciende siempre al poder absoluto”. En su propuesta de Constitución para Bolivia proponía un presidente vitalicio, senado hereditario y otras instituciones cercanas a la monarquía. Bolívar vio que se resquebrajaba la unidad de Colombia y asumió la dictadura. Pero esto agudizó las tensiones y la dispersión. Venezuela se separó de Colombia. Al fin, en 1830 el Libertador renunció al poder. En poco tiempo se enteró que el Mariscal Sucre había sido asesinado (4 de junio). El 17 de diciembre murió camino al exilio.
La gran República que creó se había disuelto. Hacia la separación del Sur La etapa gran colombiana fue de gran agitación para el Distrito del Sur. La guerra de emancipación del Perú absorbió enorme cantidad de sus recursos, hasta que culminó la campaña en Ayacucho en 1824. El actual Ecuador llegó a pagar por esa guerra tres veces más que el resto de Colombia. En 1829, cuando las tropas peruanas invadieron el país por el sur, el Mariscal Sucre fue encargado de la defensa y venció al ejército invasor en Tarqui (27 de febrero). También en ese caso, los Departamentos del Sur sufrieron la carga más pesada del esfuerzo bélico. Se firmaron acuerdos de paz y, posteriormente, un tratado con limitación de fronteras, pero el conflicto territorial quedó pendiente. Al fin, en 1830, cuando la Gran Colombia estaba ya virtualmente disuelta, el Distrito del Sur se separó para formar un Estado autónomo.
Los latifundistas quiteños resistieron las políticas de Santander, especialmente las medidas librecambistas que perjudicaban la producción textil, y las reformas igualitarias que afectaban la estructura jerárquica corporativa, tan acentuada en la sociedad quiteña. Por ello, los notables de Quito aceptaron entusiasmados la idea de la dictadura de Bolívar. En Guayaquil, los terratenientes y comerciantes del puerto, reticentes en principio a la anexión, encontraron que las políticas de Santander les favorecían. Por ello mantuvieron su lealtad a Colombia mientras en Quito había agitación. Pero cuando cayeron las exportaciones al final de los años veinte, y se reactivaron vínculos de comercio con Lima, las tendencias autonomistas renacieron.
Las rebeliones de esclavos los llevaron a pensar en la necesidad de mayor represión. Cuenca también experimentó una reactivación del comercio con Perú. Esto reafirmaría sus reivindicaciones de autonomía. Por motivaciones diversas y hasta contradictorias, las élites dominantes regionales del Distrito del Sur fueron llegando al rompimiento con Colombia. Cuando se trata de explicar la desmembración del gran país ideado por Bolívar resulta claro que, al conflicto de intereses entre oligarquías regionales, se unió la inexistencia de una clase social con capacidad para llevar adelante un proyecto nacional que fuera más allá de las presiones localistas y regionales. A estas causas de dispersión interna se sumó la política de debilitamiento de las potencias capitalistas interesadas en que no se consolidara un gran Estado, sino unidades políticas pequeñas, débiles y manejables. SALVAT EDITORES (1980).
EL NACIENTE ECUADOR
El 13 de mayo de 1830 las corporaciones y padres de familia de Quito resolvieron “Constituir un Estado Libre e Independiente, con los pueblos comprendidos en el Distrito del Sur y los más que quieran incorporarse, mediante las relaciones de naturaleza y de recíproca conveniencia”. Semanas después, en agosto, se reunió en Riobamba la primera Asamblea Constituyente. Uno de los problemas que afrontaron los “padres de la Patria” fue cómo bautizarían al nuevo país. El tradicional nombre de Quito, herencia indígena mantenida por la Real Audiencia, despertó resistencia entre los representantes guayaquileños y cuencanos. En aras de la unidad se resolvió llamar al nuevo Estado como lo habían hecho los sabios franceses que lo visitaron años atrás para hacer estudios sobre la línea equinoccial.
De este modo nació el Ecuador. La característica del país en su nacimiento fue la regionalización. Tres espacios que habían prevalecido en el último período colonial se consolidaron. La Sierra centro-norte, con su eje Quito, retuvo la mayoría de la población y la vigencia del régimen hacendario. La Sierra sur, nucleada alrededor de Cuenca, tuvo una mayor presencia de la pequeña propiedad agrícola y la artesanía. La cuenca del río Guayas, con su centro en Guayaquil, experimentó un acelerado crecimiento del latifundio cada vez más vinculado a la exportación, y sufrió una declinación de la pequeña propiedad agrícola. Estas regiones mantenían precarias relaciones entre sí.
Cada cual estaba vinculada económicamente al sur de la actual Colombia, al norte del Perú o a la costa pacífica, pero no constituían entre ellas un mercado que las articulara. Las guerras de la independencia deterioraron los frágiles vínculos económicos y sociales entre las regiones y redujeron el comercio internacional que, con la ruptura colonial, fue orientándose cada vez más hacia las potencias capitalistas, especialmente a Gran Bretaña, que luego de las dos primeras décadas de la República se constituyó en la principal contraparte comercial. El desarrollo del comercio externo aceleró el crecimiento poblacional y económico de la Costa, pero al principio no logró articular toda la economía del país.
Eso sucedería en las décadas finales del siglo XIX. Ecuador nació dominado por los grandes latifundistas, señores de la tierra que controlaban el poder regional. La mayoría de la población eran campesinos indígenas, sujetos a la hacienda por el concertaje. En algunos lugares de la Sierra y Guayaquil se mantenía la esclavitud de los negros y la pequeña propiedad campesina, así como relaciones de corte pre capitalistas denominadas precarias. En las ciudades, concentradas en su mayoría en la Sierra, vivían grupos de artesanos y pequeños comerciantes con una cúpula de burócratas, clérigos y propietarios rurales. Las primeras décadas de la República fueron de inestabilidad y desarticulación. El control terrateniente reemplazó a la autoridad metropolitana y se desplazó a instancias regionales y locales, asentadas en el régimen hacendario.
Los latifundistas, sin embargo, no pudieron unificar a la comunidad cultural y social de los ecuatorianos, y se consolidó una ruptura entre las clases dominantes criollas y el pueblo. Se mantuvo el control oligárquico por medio de una votación restringida de tipo censatario que excluía a las mujeres, los analfabetos (que eran la mayoría) y los no propietarios, del mantenimiento de mecanismos de represión y manipulación ideológica de los campesinos y trabajadores urbanos. Con la fundación de la República surgió un Estado Nacional débil y excluyente, cuyo conflictivo proceso de construcción se ha extendido hasta nuestros días. Los latifundistas impusieron su visión de continuidad hispánica y ruptura con la mayoría del pueblo. Hasta fines del siglo XIX prevaleció un proyecto nacional criollo, limitado y excluyente, que no pudo expresar a la mayoría de la población. La naciente república surgió sobre bases de dominación económico-social de los indígenas, campesinos mestizos y grupos populares urbanos.
Por ello, el largo proceso de construcción nacional no ha estado exento de conflictos. No solamente de aquellos que enfrentan a los detentadores del poder, del control de la economía y la sociedad toda, con las mayorías de trabajadores sujetos a explotación; sino también los que expresan las contradicciones regionales o la dominación racista sobre los pueblos indígenas y negros. Periodización de la República Cuando nació el Ecuador, como hemos visto, la economía del país estaba profundamente regionalizada. Predominaban varias formaciones económico-sociales regionales precariamente relacionadas entre sí, merced a la existencia de un Estado central y unas relaciones de intercambio muy débiles. Como ha sido frecuente en la realidad latinoamericana, en cada una de las regiones coexistían relaciones productivas de diverso origen histórico y de distinto carácter, que incluían dentro de las haciendas el concertaje y otras formas de corte servil y pre capitalista, junto a la pequeña producción rural y artesanal, e inclusive algunas relaciones salariales más modernas.
La Independencia se produjo en una etapa de consolidación del sistema capitalista a nivel mundial. Pero el predominio capitalista dentro del Ecuador no se dio de inmediato. Fue un proceso que abarcó casi un siglo. Por una parte, la influencia del mercado mundial fue creciendo, hasta volverse determinante a fines del siglo XIX con el auge de las exportaciones de cacao. De este modo creció la economía, pero se volvió más dependiente del sistema internacional. Por otra parte, las relaciones sociales capitalistas fueron también ampliándose en la sociedad ecuatoriana, hasta que se volvieron dominantes ya en el siglo XX, aunque se mantuvieron rasgos serviles y pre capitalistas fuertes, así como notorias especificidades regionales.
Al cabo de un primer período de fuerte regionalización, en el que solo tuvo influencia parcial del mercado mundial, en las décadas finales del siglo XIX se abrió un período nuevo en la economía del Ecuador de predominio capitalista y de mayor integración regional. A inicios de los años veinte se dio la gran crisis del modelo primario exportador, que se extendió hasta finales de la década de los cuarenta en que el auge bananero reactivó el modelo, para desembocar en una nueva crisis a inicios de los sesenta. Allí se abrió un nuevo período que se configuró en la década siguiente, los setenta, con la exportación petrolera.
Ese período se extiende hasta el presente. En el estudio de la Época Republicana, tomando en cuenta los hitos mencionados en la evolución económica y el desarrollo del Estado Nacional, pueden establecerse tres grandes períodos: el primero, desde la fundación hasta fines del siglo XIX, caracterizado por la vigencia del proyecto nacional criollo; el segundo, desde el inicio de la Revolución Liberal hasta los sesenta del siglo XX, en que el capitalismo ecuatoriano funciona inserto en el sistema mundial y predomina el proyecto nacional mestizo; y el tercero, desde los sesenta hasta nuestros días, en que se abre paso un proyecto nacional de la diversidad. A su vez, en estos períodos pueden distinguirse etapas o momentos diversos que se recogen en los acápites que siguen.
LA SOCIEDAD Y EL PODER
Aunque para el Ecuador la Independencia significó una seria ruptura y un rápido cambio político, muchos rasgos de la sociedad colonial pervivieron más allá de la fundación de la República. El fuerte sentido corporativo y estamentario continuó sobre las fórmulas republicanas; se mantuvo la discriminación racial y la exclusión de la mujer de la vida política. Los rasgos aristocratizantes continuaron articulando las relaciones sociales, la cultura y la ideología. Tradiciones paternalistas siguieron rigiendo las relaciones sociales. Solo el paso del tiempo y el agudizamiento de la lucha social provocaron cambios significativos posteriores. Desde el primer momento de la vida del Ecuador, se patentizó una tensión y enfrentamiento entre las oligarquías regionales dominantes, especialmente de la Costa y de la Sierra.
Desde luego, ambas tenían intereses comunes pero también existían muchos motivos de tensión, como el control de la mano de obra, siempre escasa en el litoral; y la mantención de medidas aduaneras proteccionistas que defendían la producción textil serrana, pero limitaban el comercio. El conflicto irresoluto convirtió al ejército (controlado por los veteranos de la Independencia) en árbitro de la lucha por el poder. Alrededor de sus jefes se generaron las alianzas caudillistas de la época. En la organización del nuevo Estado, la mayoría de la población quedó al margen de la participación política. Los congresos y órganos del gobierno eran fruto de una participación electoral limitada al reducidísimo grupo de notables propietarios. Detrás de las fórmulas republicanas sobrevivía una sociedad jerarquizada, estamentariamente estructurada, en la que la autoridad se justificaba por “derecho divino”.
Los notables latifundistas se veían como continuidad hispánica y sostuvieron un proyecto nacional criollo. Frente a un Estado central débil, las instituciones del poder local y regional eran sólidas. La descentralización era la norma prevaleciente. En las haciendas y los complejos productivos que funcionaban a su rededor se daban muchas decisiones y hasta se mantenían prisiones privadas. Las instituciones regionales, principalmente los municipios, controlaban la educación inicial, servicios, obras públicas, beneficencia y administración de justicia en primera instancia. Corporaciones autónomas que manejaban los notables, cobraban impuestos. Al Estado central le quedaba el manejo del Ejecutivo, las escasas relaciones internacionales, el Congreso, las altas cortes, la fuerza pública, un reducido plantel burocrático y la recaudación de algunas rentas. Los ingresos fiscales, provenientes en buena parte de la “contribución” o tributo indígena, estancos y diezmos, se gastaban en el mantenimiento del ejército, el clero y la alta burocracia.
La Iglesia, heredera de su poder colonial, tanto económico como ideológico, siguió inserta en el Estado republicano, que reclamaba sobre ella el derecho de Patronato, o sea de controlar los nombramientos de la jerarquía, a cambio de mantener a la religión católica como oficial y excluyente, financiando a sus ministros y garantizando sus prerrogativas y propiedades. Esta situación se volvió cada vez más conflictiva y desató varios enfrentamientos ideológicos y políticos. Al ser reconocida como oficial la religión católica, la Iglesia mantuvo bajo su control: el registro de nacimientos, matrimonios y muertes; el púlpito, que era un medio generalizado de comunicación; y la mayor parte del sistema educativo, por cierto muy precario y dedicado solamente a una porción bajísima de la población.
La mantención de la esclavitud de los negros y del tributo indígena hasta la década de los cincuenta fue síntoma de la continuidad colonial en la relación con los pueblos indios y afro ecuatorianos. Las comunidades vieron más que antes invadidas sus tierras comunales y reforzadas los mecanismos de sujeción al latifundio.
FUNDACIÓN DEL ESTADO (1830-1859)
Juan José Flores, general nacido en Venezuela, que había desempeñado la función de jefe del Distrito del Sur, fue designado presidente del nuevo Estado por la Asamblea Constituyente de Riobamba. Una vez en el poder, Flores se dedicó a consolidar una alianza de gobierno entre el tradicional gamonalismo latifundista de la Sierra, al que se había vinculado por matrimonio, los terratenientes de Guayaquil y los altos mandos del ejército, integrados en su gran mayoría por extranjeros. El floreanismo, como se llamó popularmente a su clientela caudillista, recogió la tradición conservadora del bolivianismo. Directa e indirectamente controló Flores el gobierno desde 1830 a 1845.
En 1832 incorporó oficialmente las islas Galápagos al Ecuador. Su mandato se caracterizó por la revuelta permanente, el desbarajuste administrativo, dos guerras con Nueva Granada (como entonces se llamaba la actual Colombia) y el abuso de los soldados, dueños del país. Ni el esfuerzo organizador y sistematizador de Vicente Rocafuerte, que llegó a la Presidencia de la República (1835-1839) mediante un pacto con su enemigo Flores, pudo superar estas realidades. Cuando el caudillo se hizo elegir presidente por una segunda y hasta tercera vez, y puso en vigencia la Carta de Esclavitud (1843), una constitución que establecía la dictadura perpetua, la reacción nacional acaudillada por la oligarquía guayaquileña lo echó del poder (1845).
Flores pasó los años siguientes organizando invasiones al Ecuador con mercenarios extranjeros al servicio de España y el Perú. En los primeros años de la etapa “marcista” (llamada así porque la revuelta antifloreana fue en marzo de 1845), gobernaron los civiles guayaquileños: Vicente Ramón Roca (1845-1849) y Diego Noboa (1849-1850). Una de sus principales tareas fue enfrentar el peligro de las invasiones de Flores. A inicios de los cincuenta, un nuevo conflicto de poder no resuelto dio espacio para un nuevo arbitraje militar. El “hombre fuerte” del ejército, general José María Urvina, fue proclamado dictador. Luego fue elegido presidente constitucional por una nueva Asamblea Nacional (1852-1856).
Urvina consolidó la alianza entre la oligarquía latifundista y comercial costeña con las Fuerzas Armadas, y llevó adelante un programa de corte liberal que promovió la apertura económica y el comercio e incluyó la abolición de la esclavitud, la supresión del tributo indígena y medidas a favor de los campesinos serranos. Todo esto generó una feroz reacción del latifundismo tradicional que declaró la guerra al urvinismo. Una desastrosa negociación de la deuda externa y el intento de arrendar Galápagos a extranjeros fueron motivos para que la oposición contra el general Francisco Robles, heredero de Urvina, adquiriera fuerza. Diversas revueltas seccionales provocaron en 1859 una crisis de disolución. En Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja se formaron gobiernos autónomos.
El Perú ocupó varios territorios y bloqueó el Puerto Principal. Los países vecinos negociaban la partición del país. Llegó un momento en que todo el sistema pudo venirse abajo con el peso de las contradicciones entre las oligarquías regionales. Luego del fracaso de varias alternativas, en las que se planteó convertir al país en un “Protectorado” de Francia, la aristocracia quiteña, con Gabriel García Moreno a la cabeza, ayudado por Flores, logró triunfar en la Sierra, tomar luego Guayaquil y reconstituir el Estado ecuatoriano. MUÑOZ VICUÑA, ELÍAS (1976)
CONSOLIDACIÓN DEL ESTADO OLIGÁRQUICO TERRATENIENTE (1860-1875)
Durante tres lustros, de 1860 hasta 1875, la figura de García Moreno dominó la escena nacional. Al margen del debate desatado alrededor de su compleja personalidad, es preciso afirmar que las condiciones objetivas del país determinaron el carácter básico de esta etapa, en la que se consolida el Estado Oligárquico Terrateniente en el Ecuador. El incremento de las exportaciones de cacao y la vinculación más estrecha del país al mercado mundial exigían un esfuerzo de modernización y centralización que no podía llevarse adelante si las oligarquías regionales no llegaban a un acuerdo que, sin abolir sus contradicciones, estableciera ciertas reglas para el control del poder. García Moreno fue la expresión de esta alianza entre fracciones de la clase dominante, orientada a una racionalización de la estructura y una articulación de las desparramadas regiones en cierto marco de unidad.
El programa garciano refleja el carácter de esa alianza de consolidación estatal. Mediante la renegociación de sistemas de la recaudación fiscal, se logró centralizar y administrar con mayor eficiencia buena parte de las rentas públicas. Con el impulso dado al desarrollo de los bancos, se controlaron las emisiones monetarias, poniéndose, al mismo tiempo, las bases del endeudamiento crónico con el sistema financiero. Las obras públicas se construyeron por primera vez en forma planificada y su crecimiento fue notable. Se crearon nuevas escuelas, colegios, institutos especializados y centros de educación superior como la Escuela Politécnica Nacional. Se fundó el Observatorio Astronómico.
El ejército fue reorganizado y modernizado. En suma: el Ecuador comenzó a ser un país organizado, mejor comunicado y con un creciente nivel de escolarización. Pero estos cambios no podían efectuarse sin la protesta de grupos de la propia oligarquía y fundamentalmente de sectores populares afectados por la racionalización del sistema. Por eso, el programa garciano se llevó adelante dentro de las condiciones de represión más duras que se hayan conocido en nuestra historia. El fusilamiento, los azotes, la cárcel y la repatriación fueron cosa de todos los días. Aún más, como el caudillo se dio cuenta de que el apoyo de la Iglesia católica podría ser un instrumento de consolidación de su programa, negoció con el Vaticano un Concordato que estableció el monopolio del clero sobre la educación, la cultura y los medios de comunicación. Muchos religiosos fueron traídos de Europa para llevar adelante un ambicioso programa educativo y para “reformar”, en forma represiva, los conventos nacionales donde se había refugiado la protesta. García Moreno gobernó al Ecuador entre 1860 y 1865.
Constitucionalmente le sucedió Jerónimo Carrión, que, a pesar de ser hombre de su confianza, no pudo mantener el régimen autoritario y fue forzado a renunciar. Su sucesor, Javier Espinosa, tampoco pudo gobernar de acuerdo con los dictámenes garcianos y fue derrocado por el propio García Moreno en 1869. En ese año se inició la segunda administración del “hombre fuerte”, que se extendió hasta 1875. El nuevo período comenzó con la aprobación de una Constitución de tipo confesional excluyente (establecía que para ser ciudadano se requería ser católico) que daba al gobernante poderes dictatoriales. Sus opositores la llamaron Carta Negra. El régimen se asentó en el apoyo del clero, que tuvo su expresión más visible en la consagración oficial de la República al Corazón de Jesús.
El programa garciano descansó sobre una contradicción. Por una parte impulsó la modernización y consolidación estatal, estimuló la producción y el comercio, desarrolló la ciencia y la educación; por otra, impuso una ideología reaccionaria excluyente y represiva, con la dictadura clerical terrateniente. Así fue como todo el proyecto saltó en pedazos cuando García Moreno fue asesinado el 6 de agosto de 1875. Y si bien durante un tiempo la tradicional oligarquía serrana tuvo el control del poder, las reformas favorecieron, a la larga, a la oligarquía costeña, en cuyo seno se iba definiendo una nueva clase, la burguesía comercial y bancaria.
AUGE Y CAÍDA DEL ESTADO OLIGÁRQUICO TERRATENIENTE (1875-1895)
Desde los años setenta, y especialmente desde el inicio de los ochenta, el Ecuador experimentó un acelerado crecimiento económico, debido fundamentalmente al gran incremento de la producción y exportación del cacao. La fruta se había venido produciendo tradicionalmente en plantaciones de la Costa, sobre todo del Guayas y Los Ríos. Las plantaciones funcionaban a base del trabajo asalariado de grupos de jornaleros, y de redentores, jefes de familia que cultivaban la fruta en tierras del latifundista y le entregaban sus cosechas de cacao en pago de una deuda. Esta relación de corte pre capitalista no solo permitía una producción cacaotera abundante y barata, sino que ampliaba constantemente la extensión de las plantaciones.
El cultivo y la comercialización del cacao incrementaron el poder económico de los terratenientes y de manera especial de los comerciantes y banqueros de Guayaquil. Se establecieron varios bancos y casas de comercio. La ciudad creció rápidamente. También se profundizó la inserción de la economía del país en el sistema económico mundial. Los representantes del intercambio y el capital internacional empezaron a interesarse en el Ecuador. La etapa comprendida entre 1875 y 1895 se desenvolvió en medio de repetidos intentos de superar la contradicción entre poder político y poder económico, heredada del régimen garciano. La oligarquía latifundista y su aliada la Iglesia, lucharon por conservar el poder. Las élites guayaquileñas, en cambio, en la medida en que consolidaban el control de la economía nacional, reclamaban mayor injerencia en la dirección del país. Intentos por superar, o al menos equilibrar, este conflicto se sucedieron en esos años.
Primero un gobierno aperturista, luego la dictadura, y por fin una suerte de camino medio, que terminó por fracasar. En 1875 fue electo presidente Antonio Borrero, candidato de moderados y radicales frente al garcianismo sucesorio. Borrero fracasó en la búsqueda de una salida para sustituir la Carta Negra. Ante esto, la oposición encabezada por la oligarquía costeña promovió la dictadura del general Ignacio de Veintemilla. Instalado en el poder, luego de vencer militarmente la resistencia serrana, Veintemilla inició su gobierno con medidas liberales que enfrentaron a la Iglesia. Tiempo después, ya elegido presidente constitucional, cambió su actitud y realizó un gobierno oportunista y estéril, que desperdició una coyuntura de particular auge económico. Cuando Veintemilla concluyó su período y se lanzó a una nueva dictadura, una especie de cruzada nacional –la Restauración– lo echó del poder.
En el conflicto se destacó su sobrina Marietta de Veintemilla, una notable mujer. Entonces se definieron las fuerzas políticas. El garcianismo se reorganizó como amplia coalición cuando en 1883 se fundó la Unión Republicana. Empero, desde el inicio se dio en ella una división entre los ultramontanos, que luego adoptaron el nombre de Partido Católico Republicano, y los progresistas, de orientación liberal católica. Las fuerzas liberales se bifurcaron también. De un lado emergió la figura de Eloy Alfaro con su opción radical montonera; de otro se estructuró una corriente moderada que en 1890 constituyó el Partido Liberal Nacional. Así comenzaron las incipientes instituciones políticas en el país, aunque la definición de los modernos partidos tomaría varias décadas.
Al mismo tiempo, a finales del siglo XIX, la penetración de bienes importados afectó al artesanado, que reactivó su presencia pública y constituyó organizaciones que cumplirían un importante papel en la movilización popular. Con el triunfo de José María Plácido Caamaño en la Constituyente de 1884, tomó fuerza una alternativa tercerista, el progresismo, que favorecía la rápida adaptación del país a las nuevas condiciones del sistema internacional, evitando al mismo tiempo la separación de la Iglesia y el Estado. El gobierno de Caamaño enfrentó la insurrección de las montoneras, realizó varias obras públicas e impulsó la represión. En el de su sucesor Antonio Flores (1888-1892) se aceleraron los cambios modernizadores y también los conflictos que definieron la etapa: reforma del régimen bancario, sustitución del diezmo, renegociación de la deuda externa, contratos ferrocarrileros.
En esos años se inauguró el servicio de telégrafo. En el gobierno del último progresista, Luis Cordero (1892-1895), la fórmula liberal-católica llegó a su límite. La presión de conservadores y liberales quitó espacio a una alternativa que no pudo afrontar las definiciones radicales. Cuando por un negociado de Caamaño, entonces gobernador del Guayas y hombre fuerte del régimen, la oposición acusó al gobierno de haber “vendido la bandera”, Cordero cayó. Semanas después, el 5 de junio de 1895, se proclamó en Guayaquil la Jefatura Suprema de Eloy Alfaro. Con ello se inició la Revolución Liberal. AYALA MORA, ENRIQUE (1994). 
CONCLUCIÓN

·                    Con esta Batalla se puso término al colonialismo español en los territorios de la Presidencia de Quito.
·                    Este triunfo permitió a futuro prestar un gran contingente en las campañas de Perú y del Alto Perú (Bolivia).
·                    A pesar de la victoria la amenaza realista aún no había sido del todo desechada puesto que a pesar de la capitulación firmada por el Mariscal Aymerich, existió  una predisposición por parte el Crnl. Basilio García para continuar con la lucha desde Pasto.
·                    Por fin llegó a Guayaquil el Libertador Simón Bolívar quien se encargó de anexar a la Gran Colombia al puerto el 31 de Julio de 1.822.
·                    Finalmente luego de la batalla dejo en claro el genio militar, la previsión estratégica y la gran capacidad de conducción de las tropas por parte del Gral. Antonio José de Sucre, quien en la batalla de Ayacucho sería confirmado como Gran Mariscal de Campo y en la que además se lograría la liberación del Perú y el retiro definitivo del dominio colonial español en nuestra América del Sur.






4.            REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
·                     Gonzalo Bulnes, "Historia de la Expedición Libertadora del Perú: 1817-1822", pág. 401
·                     Documentos referentes a la creación de Bolivia: con un resumen de las guerras de Bolívar. Volumen 1. Vicente Lecuna, Comisión Nacional del Bicentenario del Gran Mariscal Sucre (1795-1995
·                     Salvat Editores (Eds.), Historia del Ecuador, Vol. 5. Salvat Editores, Quito, 1980. 
·                     Ayala Mora, Enrique (1994). Historia de la Revolución Liberal Ecuatoriana. Quito: Corporación Editora Nacional - Taller de Estudios Históricos (Tehis). ISBN 9978-84-201-2.
·                     Hamerly, Michael T. (1973). Historia Social y Económica de la Provincia de Guayaquil 1763-1842. Guayaquil: Publicaciones del Archivo Histórico del Guayas.
·                     Muñoz Vicuña, Elías (1976). La guerra civil ecuatoriana de 1895. Guayaquil: Departamento de Publicaciones de la Universidad de Guayaquil.


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